lunes, 2 de junio de 2014

Me acostumbré.

Esos besos que decían que eran mentira pero a los que yo le entregaba la verdad más grande de mi universo. Empecé a quererlos, a sabiendas de que jugueteaban en otras bocas, a mimarlos con abrazos de un calor extremo.
Me acostumbré a ver la mano que yo quería agarrar paseando junto a manos frágiles que no eran las mías. Nunca eran las mías, excepto en la oscuridad del secreto. Entonces eran mía, como eran míos los ojos. He escuchado cosas que a pocas os habrá contado, sé cosas que ni siquiera él sabe que sé.
A veces me mira, creyendo que no lo sé. Y yo finjo no darme cuenta por retener un minuto más la magia de ser por un momento el centro de su universo. Después lo miro, pero a los cinco segundos los dos hemos apartado la mirada. ¿Por qué?
Ya me he acostumbrado a estar cerca de ti, a re-enamorarme y que de pronto todo se desvanezca. El silencio tiene la fea costumbre de separarnos.

De lobos y ovejas.

¿Cuántas noches había pasado sin poder dormir? Al menos las noches que no durmió fue por entregarse al placer, por hacer lo que le apetecía...