Aquella noche Oriane llegó a casa enfadada, aunque no tanto como otras veces. Lo que esta vez le dolía era el orgullo y el saber que era la última vez que iba a enfadarse con él.
Ella nunca había sido de las que dice se acabó y luego vuelve; es más, ella no suele poner fin a las cosas pero después de los gritos, de las palabra feas lo dijo. Estaba tumbada en el mármol del museo cuando se le acercó un amigo:
-¿Estás bien?- preguntó con el rostro serio quien siempre estaba de broma con ella.
-Ya está, para siempre. Se acabó... Nunca lo había dicho... - y se quedó mirando al techo. Su amigo la abrazó.
-El amor es una mierda- le susurró al oído.
Oriane se quedó sorprendida. ¿Cómo alguien que la conocía solo de compartir escenario podía haberse dado cuenta?
Y llegó la hora de empezar la función, con el enfado y el dolor escondido.
Ella nunca había sido de las que dice se acabó y luego vuelve; es más, ella no suele poner fin a las cosas pero después de los gritos, de las palabra feas lo dijo. Estaba tumbada en el mármol del museo cuando se le acercó un amigo:
-¿Estás bien?- preguntó con el rostro serio quien siempre estaba de broma con ella.
-Ya está, para siempre. Se acabó... Nunca lo había dicho... - y se quedó mirando al techo. Su amigo la abrazó.
-El amor es una mierda- le susurró al oído.
Oriane se quedó sorprendida. ¿Cómo alguien que la conocía solo de compartir escenario podía haberse dado cuenta?
Y llegó la hora de empezar la función, con el enfado y el dolor escondido.
Con este rol que tenemos últimamente nos falta decir que el amarillo le sentó bien a Molière
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