jueves, 21 de marzo de 2013

Cuentos de princesas.

Dejarse fluir, poner en toda palabra cada sentimiento, que se mezclen y se confundan. Que te confundan. Ser la princesa recompensa del cuento, o ser solo una más de tantas que gusta de comer perdices, eso dejó de importar y ahora se comen aquellas aves jugando a hacerla creer que es como Dulcinea, o que llegarían a trepar por su pelo para poder estar con ella. 
Y si ahora te apetece, lamento decirte que esta Rapunzel se cortó el pelo, que Cenicienta despertó sin beso alguno, y Bella no permitió que ninguna Bestia la encerrara. Aprendió que si quiere comerse una perdiz hay miles de principitos, pero a la hora de morir por el amor de la dama todos los pretendientes que la esperan bajo el balcón huyen despavoridos.
Y claro, es que es muy fácil conseguir llevar al banquete a una princesa que usa minifaldas y que no teme al poder real del matrimonio, a la ideología machista de que la mujer tiene que casarse y ser recatada. La princesa de esta historia puede pelear en defensa de su honor, que, seguramente, escribirá versos a la luna por el amor de algún campesino y su amor sincero al que cortejará sin miedo. Es una pequeña Blancanieves que no se perdió en el bosque si no que fue allí en busca de su espíritu debilitado.
Es un princesa que, como Garcilaso en su égloga III, se automitificará.

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