Sentarme en la cama, a mirar una pared donde algún día pondré una frase que no me canse de leer cada mañana, o en cada momento de stand by, esa frase que me traiga la inspiración, o una frase que Oriane me haya susurrado al oído.
Sentarme y no pensar en nada, y a la vez pensar en todo. Dejar que las lágrimas se derramen con cuentagotas con la vana pretensión de que poco a poco todo el dolor, toda la tristeza, salga de mi cuerpecito. Todo, hasta vaciarme. O hasta llenarme.
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