viernes, 22 de mayo de 2020

A tus pestañas.

Daría mi alma por volver a posarme en tus pestañas, esas que miran cuando nadie está observando.

Tus pestañas, que acarician el alma de quien es capaz de ver dentro de tus ojos, más allá del veneno de tu boca. 

Yo caí, recaí, me rehabilité, caí de nuevo mil veces, una vez más con mayor intensidad. Ahora finjo no ser adicta, busco algún opiáceo sintético que me haga salir de ese pozo de felicidad transitoria en el que me sumerjo al volver a tocar tus manos. Pero cada noche mi mente vuelve a ti, a contar los lunares de tu espalda, a morder tus brazos, a embelesarse en tu sagaz sonrisa, a apoyarse en tu pecho para oír latir un corazón que muchos creen ser tan árido como el desierto de Atacama.

Ellos, ellos no han mirado tus pestañas para ver florecer el Keukenhof en la curva de cada una de ellas.

Aún recuerdo la primera vez que tus pestañas decidieron dirigirse hacia mí.

Quiero volver. Volver a abstraerme sentada en ellas.
Volver a besar tus pestañas. Volver a tenerlas.

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