miércoles, 4 de mayo de 2011

Envuelta en llamas.

Así ella viene a mi y me hace escribir donde pueda, me hace evadirme de todo para que solo pueda escuchar sus palabras.
Me encanta que de repente su silueta cruce la puerta, me mire a los ojos mientras andas, se coloqué a mi espalda y derrame su lengua en mi oído diciéndome que palabra tengo que poner en cada lugar. 
Ella, con su pelo rojo rizado suelto por la cintura, sus tacones negros de doce centímetros, su vestido corto negro con tul morado... Cuando ella entra parece que nada más existe, mis ojos solo pueden mirar donde ella me indique, mis manos no pueden hacer más que escribir y nada más en mi cuerpo se mueve. 
Sus labios susurran en mis oídos todo lo que puedas llegar a leer de mi, podría decirse que es como si su espíritu entrase en mi y no me dejase volver a entrar hasta que mi alma se ha quedado al fin tranquila, hasta que ha conseguido sacar un poquito de mi. 
Sus enormes ojos verdes hacen que ni siquiera los ojos de aquel que puede hacerme llorar puedan romper mi calma, esa calma que no me deja escuchar ni el ruido de los coches, ni los gritos de alguna mujer que se siente decepcionada o los de un hombre celoso. 
A veces pienso que si ella no fuese tan inconstante no necesitaría nada más, porque cuando ella viene a verme no necesito a nadie, no quiero a nadie más. 
Mi musa de fuego...

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